Cultivado desde hace siglos por las civilizaciones egipcia, griega y romana, el apio no tenía en un principio un valor culinario sino más bien medicinal o aromático. Fue posteriormente cuando su característico sabor amargo comenzó a formar parte de diversas recetas. Así por ejemplo, mientras que sus hojas se suelen utilizar como condimento, los tallos pueden consumirse tanto crudos (en ensaladas, para crudités) como cocidos (asados, gratinados, en salsa, como guarnición...). Para ello deberás elegir tallos cortos, compactos, rectos y carnosos y retirar sus hebras empezando por la parte inferior.
Pero además de sus propiedades culinarias, esta planta aromática cuenta también con múltiples cualidades nutritivas: aporta vitaminas, minerales como el sodio, potasio o calcio, y es un gran diurético, por lo que ayuda a luchar contra los problemas de retención de líquidos. Todo ello sin olvidar su escasísimo aporte calórico (tan solo 20 calorías por cada 100 gramos), que hacen del apio un alimento perfecto para quienes desean cuidar la línea.
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